Escribí este artículo para la revista "El Apuntador" hace unos meses.
Lo comparto aquí.
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(Foto: Simón Brauer) |
Entre los amigos, el
cuarto de Manuel Calisto era conocido como el “Camarote”. Era un espacio donde uno regresaba en
el tiempo, a un mundo paralelo rodeado de objetos, cuadros e imágenes de
antaño. Manuco nunca se sintió muy
cómodo en el presente: no tenía computadora, no manejaba mucho el Internet (de
hecho, siempre me sorprendió que tenga dirección de correo electrónico), y en
general le gustaba hacer las cosas a la antigua. No se sentía del todo a gusto en Quito (lo consideraba muy
provincial), y pasó buena parte de su vida trabajando de sobrecargo en varias
aerolíneas para poder viajar.
Cuando yo regresaba a Quito después de alguna estadía afuera, él era una
de las primeras personas a quien llamaba para chismearle de lo que había vivido
y compartir lo que sucedía en esos días. Eso si, la llamada tenía que ser en la
tarde/noche, ya que Manuco era un noctámbulo empedernido, y rara vez se
despertaba antes del mediodía. Lo
normal en él era que desayunara cuando el resto de la ciudad estaba almorzando,
y no era nada inusual quedarse conversando hasta las 5 o 6 de la mañana. Si había alguna botella especial que
había conseguido en el último viaje, Manuco era la persona con quien compartirla.
La última noche que
nos vimos fue en un clásico “camarotazo”, lleno de detalles muy
especiales. Había una luna
espectacular, que veíamos desde el jardín, donde Manuco había acomodado una
carpa y cojines para sentarnos afuera.
El menú incluyó unos bocaditos de berenjena con una reducción de vinagre
balsámico, preparados por él, gran chef y sibarita. La conversación giró acerca de la acumulación de cosas. Ese día yo había estado en casa de mi
abuela, que falleció un tiempo atrás, y había recogido varios objetos y muebles
que habían pertenecido a mis abuelos, y que ahora estaban en mis manos. Había sido un día duro, de mucha
reflexión acerca de la brevedad de la vida: me acuerdo haber pensado en lo
absurdo de que objetos tan significativos para alguien, pasen a otras manos,
rara vez apreciados, eventualmente perdiendo todo su significado. Manuco guardaba todo, con mucho apego,
igual que yo; pero ambos apreciábamos a la gente capaz de desprenderse de las
cosas.
Yo estaba cansado
esa noche, y me acosté en su cama un rato, mientras en el patio Manuco seguía charlando
con Alex (su mejor amigo) y Valentina (mi pareja). Me acuerdo entre sueños escuchar fragmentos de
conversaciones, risas, miedos, y filosofía nocturna. En un momento me levanté y nos pusimos a ver escenas de
“Team America”, gran película de animación con marionetas que nos divertía
mucho. Quisimos también enseñarle
“Los Croñañones” a Valentina, pero el DVD no funcionó y nos quedamos con las
ganas. “Los Croñañes” es un
cortometraje muy divertido que Manuco realizó con sus amigos cuando recién nos
conocimos, en blanco y negro y editado directamente en cámara (por falta de
recursos y de acceso a una editora).
Si lo recuerdo correctamente, el blanco y negro se lograba bajando los
colores en la televisión, y la música se la ponía en un equipo de sonido aparte. Esa música provenía originalmente de la
banda sonora del documental “Crumb”, una verdadera joya que recopila blues,
jazz y ragtime de los años 20; un disco que yo le regalé.
Ya tarde en la
noche, llegó Mauricio, otro gran amigo, cuando nosotros estábamos de salida. Me despedí con un poquito de tristeza
porque sentía que me había perdido parte de la noche al haberme quedado
dormido. Estaba en vísperas de
viaje, lo cual siempre me genera una mezcla de emoción y nostalgia.
Cinco días mas
tarde, tuve la suerte de hablar por teléfono con Manuco por última vez una
media hora antes de que lo mataran.
El había visto hace
poco “Anticristo”, de Lars Von Trier, película que yo le había recomendado
efusivamente, y quería contarme sus impresiones. Aproveché para invitarle a una proyección para el equipo
técnico de mi última película “Pescador”, que se iba a realizar al día
siguiente. Manuco tiene un pequeño
papel en el cual se interpreta a si mismo, y no había visto la película
terminada todavía: era la primera vez que habíamos trabajado juntos, y ambos
esperábamos que no sea la última.
Un mes antes, en otro “camarotazo”, ya le había enseñado varias escenas
sueltas, y su reacción había sido muy positiva. Tenía mucha curiosidad de que vea la película ya completa,
vestida. Hay poca gente cuya
reacción me importa verdaderamente cuando muestro mi trabajo, y Manuco era una
de esas personas. ¡Cuanto disfrutó
de todos los detalles de la casa de “Rabia”! ¡Y cuanto le pensé en la elaboración de cada uno de esos
detalles! En fin, quedamos en que
madrugaría al día siguiente, para llegar a la función, que era a media mañana.
Minutos después, de
la manera mas absurda, recibiría una bala en la nuca.
Esa noche nos
reunimos los amigos mas cercanos, esta vez en casa de Alex. Nos tomamos un trago en su nombre, y
recordamos momentos queridos. Unos
días mas tarde, en camino a su cremación, escuchamos en el auto el disco de “Crumb”.
El “Camarote” ya está vacío. Manuco se desprendió de todo. Yo sigo guardando objetos y recuerdos.
Sebastián Cordero –
Julio 2011
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(Foto: Simón Brauer) |
qué lindo recordar a los amigos...
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